martes, 23 de octubre de 2018

Camino en soledad

El texto del Evangelio nos adentra un poco en el camino de soledad y encuentro con nosotros mismos, con Dios que nos habita, nos ama y es fuente de vida. Para ello tenemos que despejar el camino de falsos espejismos, de anhelos que no nos llevan a ninguna parte, solamente al vacío y la destrucción. El relato de hoy solamente lo encontramos en Lucas, no tiene paralelo en otros evangelios. Se enmarca en el camino que hace Jesús desde Galilea a Jerusalén. Un hombre se le acerca para pedirle que medie con su hermano por una herencia. Jesús lo tiene claro: “¿Quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?”.

No nos resulta tan ajeno hoy en día, ni el tema de las herencias, que tantos conflictos generan en las familias, ni tampoco el recurrir a Dios para pedirle que obre en nuestro favor. Por eso la parábola nos puede venir muy bien para ilustrar este pequeño examen de conciencia en el que nos había embarcado la primera lectura. Escuchemos qué eco nos despiertan las palabras que Dios dirige al hombre rico de la parábola: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, ¿y de quién será lo que has preparado?”.

Miremos nuestras manos, escuchemos nuestros pensamientos, asomémonos a nuestro corazón. ¿Qué les mueve, qué les motiva, qué anhelan, en qué se ocupan? A veces se nos acumula la necedad como el polvo sobre los muebles, sin darnos mucha cuenta. Bueno, es hora de hacer un poquito de limpieza, desempolvar eso que nos hace ricos a los ojos de Dios y dejar que la vida se nos vaya en ello. ¡Seguro, seguro, que merece la pena! Ni más ni menos que está en juego una hermosa herencia: la de los hijos e hijas de Dios, la de la compasión y la bondad que hagan posible un mundo nuevo y fraterno.

"Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea". Lucas 12
«Sabed que el Señor es Dios: que ÉL nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.» Sal 99.

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