sábado, 25 de abril de 2020

Mi historia del perdón


Hace varios años una persona me hizo mucho daño, pensaba que no lo podría perdonar; paso varias semanas. Pero un día rezando el padrenuestro me di cuenta que tenía una asignatura pendiente: el perdonar. estuve varios días pidiéndole al Señor que me concediese  la capacidad del perdón. No fue fácil... un  día le perdone.


Por aquella fecha mi madre se cayó y  se rompió la muñeca: yo estaba triste, preocupado... , pero me daba cuenta que eso no era eso, andaba como depresivo, sin paz en mi alma. Estuve tres meses muy triste, cuando rezaba lloraba pidiendo paz: estaba inquieto, me faltaba algo... Cuando mis amigos me preguntaban que me pasaba, porque esa tristeza, le respondía que era por mi madre: era la escusa perfecta, pero en mi fuero interior sabía que no era eso, pero ¿qué era? No lo sabía. Pasaron tres meses muy malos. Llorando es cuando estaba solo, sin motivo, me encerraba en mi cuarto, rezaba y lloraba. Rezaba pidiendo socorro, que me devolviera esa paz en mi alma, esa alegría que siempre tengo.

La tarde del 24 de Diciembre, Nochebuena, estaba en el sofá frente al Belén estaba llorando y rezando a la vez pidiéndole la ansiada paz. De repente sentí como fuego, un inmenso calor que traspasaba el corazón, y una alegría desbordante. Mi lloro amargo paso a ser de alegría; al principio no sabía que me pasaba... de pronto lo comprendí todo: hasta este momento sentía rencor a esta persona. ¡Le había perdonado de verdad.!. Fue un estallido de felicidad, me sentía feliz, de allí mi famosa frase: estoy RABIOSAMENTE FELIZ.

viernes, 17 de abril de 2020

El malherido


Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?»
Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás». Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva." ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Vete y haz tú lo mismo». 

Lc 10, 25-37

Muchas veces  no hemos puesto en la piel del samaritano, otras del sacerdote y del levita, y hasta alguna vez la del posadero. Pero nadie, o casi nadie se pone en la del hombre mal herido, que es a mi parecer el verdadero protagonista de la parábola.
Dice que bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó; ese "hombre" nadie sabe cómo se llamaba, ni su historia, ni si estaba casado: nada, totalmente anónimo, tirado en las duras piedras del desierto. ¿cuantos mendigos vemos a lo largo del día? Son como si fueran "mobiliario urbano" nadie repara ellos; esta malherido y sin embargo pasaron de largo... A este hombre, a la vez que le despojaron de sus pertenencias y le golpearon, también le robaron su dignidad como persona pasando a un simple objeto.
Ni que decir tiene que "ese" hombre es  un Cristo viviente crucificado en el camino del desierto, abandonado por los malhechores y viajantes: aquí esta Cristo, es los que nos necesitan. Cada vez que necesitamos socorro nos convertimos en siervo de yavé.
Por mi circunstancia de discapacitado conozco muy bien la sensación de pedir ayuda; al principio, cuando joven, no me agradaba, pero a medida que fui haciéndome mayor me daba cuenta que yo, pobre de mí, era el mismo Dios que pedía ayuda y que los demás, a través mía, lo hacían al mismo JESUS.

M. Vazquez