viernes, 19 de octubre de 2018

El Señor me ayudó y me dio fuerzas.



En la vida de un cristiano todo empieza con el encuentro con Jesús. Así lo reconoce el Papa Francisco: “La fe, para mí, nació del encuentro con Jesús. Un encuentro personal, que tocó mi corazón y dio una nueva dirección y un nuevo sentido a mi existencia”. Así fue también para san Pablo con el encuentro especial con Jesús camino de Damasco.

En la nueva vida que nos regala Jesús a sus seguidores, nos relacionamos con Dios como un hijo con su Padre y con los demás como nuestros hermanos. Y amamos a Dios, nuestro Padre y a los demás, nuestros hermanos. Fruto de ese amor depositamos nuestra confianza en Dios y en nuestros hermanos.

Pero sabiendo que Dios no nos va a fallar nunca y a dejarnos solos. Pero algunos de nuestros hermanos, al ser humanos, nos pueden fallar y no portarse como tales. Eso es lo que relata san Pablo en esta primera lectura, donde nos recuerda qué hermanos se han portado mal con él y le han abandonado y qué hermanos se ha portado bien con él y permanecen con él, entre los que está San Lucas.

De todas las maneras “el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles”.

El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente. Sal 144

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