lunes, 25 de febrero de 2019

Toda sabiduría viene del Señor y está con él eternamente

Comienzo del libro del Eclesiástico 1,1-10:
Toda sabiduría viene del Señor y está con él eternamente. La arena de las playas, las gotas de la lluvia, los días de los siglos, ¿quién los contará? La altura del cielo, la anchura de la tierra, la hondura del abismo, ¿quién los rastreará? Antes que todo fue creada la sabiduría; la inteligencia y la prudencia, antes de los siglos. La raíz de la sabiduría, ¿a quién se reveló?; la destreza de sus obras, ¿quién la conoció? Uno solo es sabio, temible en extremo; está sentado en su trono. El Señor en persona la creó, la conoció y la midió, la derramó sobre todas sus obras; la repartió entre los vivientes, según su generosidad se la regaló a los que lo temen.
 


Comenzamos a escuchar las enseñanzas del Eclesiástico. Se inicia con una sentencia definitiva: “Toda sabiduría viene del Señor y está con él eternamente”. Esta palabra ilumina todo el quehacer humano para motivarle en su percepción y desarrollo, de modo que se ordene adecuadamente al fin de sí mismo en Dios. Esta sabiduría creada va unida a la inteligencia y la prudencia. Su existencia es anterior a todo lo creado y es otorgada a toda la creación, que de diverso modo, la revela y actúa con ella.
 
Es una muestra de la generosidad de Dios, otorgada gratuitamente y de manera diferenciada. El autor sagrado destaca que “fue derramada sobre todas sus obras”, de modo que en lo inanimado se manifiesta la Sabiduría divina por la grandeza, orden y bondad que en sus obras se contienen y en los “vivientes” alcanza su culmen en el ser humano, al que ha dotado de inteligencia racional y libre albedrío, de modo que la prudencia gobierne todas las decisiones y nada empañe su condición de imagen de Dios. Deja bien claro en sus sentencias el autor que el único sabio es Dios y que de él procede toda sabiduría.
 
De suma utilidad será la escucha de esta palabra para cada bautizado, para la comunidad y para todo ser humano que busca la verdad y la procura en todas sus tareas. Al ser repartida la sabiduría a todos, nadie queda al margen de ella, porque si careciera de este don no podría reconocer a Dios y tampoco podría ser imputado. Por lo tanto, habiendo hecho a la humanidad capaz de conocerle, dejándose encontrar por quien le busca con sinceridad, siempre le acompañará para que consiga lo que desea y por fin descanse en la plena comunión con Él.
Jesús alienta la aventura de la fe vivida en medio de muchas contradicciones.
 
Cuando desde el reconocimiento de la debilidad propia nos volvemos hacia Él, como el padre de este niño, afirmando: “Tengo fe, pero dudo, ayúdame”, aquello que tanto deseamos vemos que se realiza. En medio de la debilidad se manifiesta la potencia de Dios.
 
Jesús resuelve aquella situación liberando al niño que padece los sufrimientos de forma irremediable y provoca la pregunta de los discípulos: “¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?”. La respuesta de Jesús a esta pregunta ofrece el fundamento de toda actuación que quiera estar en sintonía con Él: permanecer en la comunión con el Padre (oración) eliminando todo lo que obstaculiza dicha comunión (ayuno). “Todo es posible al que tiene fe”. 
 
Guiados por la sabiduría que viene de arriba, puede cada bautizado y todo hombre de buena voluntad, afrontar las dificultades cotidianas, llevando a cabo un adecuado discernimiento para resolverlas y ofrecer a todos lo que cada uno necesita, en la certeza de que, la plena y consciente adhesión a Jesús, hará posible lo que humanamente aparece como imposible. Es necesario suplicar que nuestra fe crezca, se desarrolle en nosotros y podamos ser continuadores de la obra del Salvador.     
     

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