lunes, 4 de febrero de 2019

Ser sembradores

Hoy, el Reino de Dios nos invita a repartir su semilla y nos pone en las manos una cantidad de ellas. Y empieza nuestra tarea: ser sembradores.

Pero también, si escuchamos a muchos co-sembradores, oiremos muchos lamentos y pocas alegrías. Es muy frecuente que luchadores, catequistas, formadores y predicadores, nos lamentemos porque después de muchas semanas, puede que años, sembrando, no vemos brotar las semillas, no llegamos a ver las cosechas y el desánimo termina adueñándose de nosotros.

Nos falta fe en lo que hacemos. Somos ayudantes del Sembrador, labradores vicarios cuya misión no es recoger la cosecha, sino sembrar con la fe suficiente para saber que, si hemos plantado una buena semilla, ésta germinará en lo oculto y un día brotará y dará fruto.

Dios cuida la semilla, pone el agua y el sol para hacerla fecunda.

No nos corresponde forzar la germinación de la semilla, sino sembrarla y esperar, seguros, que un día, el dueño de la mies podrá recogerla, y el Reino de Dios comenzará a vivir entre nosotros.

Es posible que estemos pensando en el Reino de Dios como en un ente extraño, ajeno a nosotros y estamos equivocados. Nosotros, cada uno de nosotros, somos piedras vivas de ese Reino.

El triunfo del Reino no vendrá dado desde fuera, porque no hay tal reino ajeno al hombre, sino que está construido, fundamentado en Dios, con cada uno de nosotros.

No debemos quejarnos porque no vemos germinar las semillas plantadas.

Cada uno de nosotros somos el resultado de una semilla que germinó y de nosotros depende crecer como la mostaza hasta ser refugio y protección para que los frutos de otras semillas puedan crecer, fortalecerse y crecer a su vez hasta hacerse refugio y protección de una generación posterior, haciendo que día a día, uno a uno, todos unidos, hagamos presente en este mundo el Reino de Dios.

Todos estamos en las manos del Señor. Él es quien nos salva si nosotros queremos ser salvados, porque el Señor siempre camina a nuestro lado, atento a nuestros tropiezos para darnos la mano y sacarnos del apuro, librarnos de los malvados y asegurar nuestra salvación.

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