Después de la ofrenda del pan y
del vino, el sacerdote se lava las manos aunque ya la mayoría no lo hacen y dice en silencio: “Lava
del todo mi delito, Señor; limpia mis pecados”, vemos como el sacerdote pide
que le purifique de los pecados porque a partir de entonces ya no es cosa de
los hombres sino de Dios.
El rito de lavarse las manos no
es por higiene sino tiene un significado más rico. Es donde termina el trabajo
del hombre para ahora que Dios se haga visible el en pan y vino convirtiéndose
en Cuerpo y Sangre de Cristo: ya ha acabado el trabajo manual del sudor de la
frente del hombre, ya se puede lavar las manos para ahora pasar a la acción
divina donde no podemos intervenir. Un antes y un después
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