lunes, 6 de junio de 2011

X. Jose reencuentra a sus hermanos.


X. JOSE REENCUENTRA A SUS HERMANOS.
Génesis cap. 41-42.

José tenía 30 años. La suerte le sonreía. Había tan bien interpretado los sueños del Faraón que este veía en ello el dedo de Dios. Aparentemente la historia de las vacas gordas y flacas no era un secreto para ese chico sin instrucción. Sin dificultad había leído el mensaje. Y  el Faraón no tenía más que aprovechar las buenas cosechas para hacer reservas pensando en los años de hambruna. Por eso confió a José mismo la tarea de poner en obra esta sabia política. El preso de ayer se transformó en el hombre fuerte del país, el brazo derecho del Faraón. De hecho, todo ocurrió como lo había predicho y el pueblo egipcio fue preservado del hambre. El agradecimiento del Faraón estaba total. Pero José no perdía la cabeza por eso; sabía muy bien que toda su sabiduría era un regalo de Dios.
Quedaba una sombra; quedaba el problema sin resolver;  si todo iba bien de día, de noche le atormentaba el recuerdo de la animosidad de sus hermanos, la crueldad que había tenido que sufrir al ser vendido como esclavo a una caravana de comerciantes que pasaba por ahí. Pero Dios está aquí. Y los éxitos de José provocaron el reencuentro tan  esperado y temido a la vez. Efectivamente el país de Canaán también sufría  penurias y el hambre reinaba, sin reservas para paliarla.
Llegó el día en que el viejo Jacob mandó a sus hijos a comprar trigo en el país vecino. Se fueron los diez hermanos, estos mismos que habían traicionado a José quince años atrás. Jacob había guardado con él, el más joven, Benjamin. No quería que corriera la misma suerte que su hermano mayor. Jacob, engañado por sus hijos –lo mismo que había engañado a su padre en otros tiempos-  no podía imaginar que José estuviera vivo.
Judá y sus hermanos se presentaron al mayordomo del Faraón para comprar granos. No reconocieron a su hermano en ese personaje tan importante y respetado, pero él, enseguida, supo quienes eran. ¿Cómo comportarse? La desconfianza y el cariño se mezclaban en él. Y además faltaban los más preciados de la familia: Jacob, su padre que lo quería tanto antaño y Benjamin, su hermanito. ¿Cómo atraerle hasta él? Entonces, inventó una estratagema.
Fingió tomarlos por espías y retuvo a uno de ellos mientras los otros iban a buscar a Benjamin. Con esta condición les venderían granos. Los diez hermanos se inclinaron delante del hombre fuerte de Egipto, pensando  que a lo mejor,  estaban pagando su culpa pasada.  José, él, se dio cuenta que uno de sus sueños de niño acababa de realizarse: estaban todos en el campo liando gavillas y la suya se había enderezado mientras las de sus hermanos se prosternaban ante ella.
El sueño se estaba realizando. Pero José no se atribuía ese fácil triunfo. Veía en ello una vez más, la mano de Dios. Entonces se mostró generoso y devolvió a los nueve hermanos cargados con sacos de trigo, provisiones para el camino, e incluso, sin saberlo ellos, escondió en ellas el dinero que habían traído. En la primera parada, se dieron cuenta e inquietos, pensaron que iban a perseguirles acusándoles de robo. Inquietos, volvieron a Canaán.

                                                                                              Marie Noëlle THABUT
Traducido de “Panorama”, junio 2010.  

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