Me han enseñado que el
Señor ve y lee nuestro interior, y me pregunto por qué la absolución
se ha delegado en los sacerdotes. Si la pidiera de rodilla, yo solo dentro de
mi habitación, dirigiéndome al Señor, ¿me absolvería? ¿O sería una absolución
de distinto valor? ¿Cuál sería la diferencia?
Si, es una
grande y verdadera cuestión que usted me plantea. Yo diría dos cosas. La
primera: naturalmente, si Vd. se pone de rodilla y con verdadero amor a Dios le
pide que le perdone, Él le perdona. Es doctrina constante de la Iglesia que si
uno, con verdadero arrepentimiento, es decir, no solo para evitar penas,
dificultades, sino por el amor al bien, por amor a Dios, pide perdón, recIbe el
perdón de Dios. Esta es la primera parte. Si yo realmente reconozco que he
obrado mal, y sí en mí ha renacido el amor al bien, la voluntad del bien, el
arrepentimiento por no haber respondido a este amor, y pido a Dios, que es el
Bien, el perdón, Él le concede
Pero hay un
segundo elemento: el pecado siempre tiene y una dimensión social, horizontal. Con
mi pecado personal, aunque tal vez nadie lo conozca, he dañado asimismo la
comunión de la Iglesia, he ensuciado la comunión de la Iglesia, he ensuciado a
la humanidad. Por eso esta dimensión
social, horizontal, del pecado exige que sea absuelto también a nivel de la
comunidad de la Iglesia, casi corporalmente. Por consiguiente, esta segunda
dimensión del pecado, que no es solamente contra Dios, sino que también afecta
a la comunidad, exige el Sacramento y el Sacramento es el gran don en el que
puedo, mediante la confesión, librarme de ese pecado y puedo realmente recibir
el perdón también en el sentido de una plena readmisión en la comunidad de la
Iglesia viva, del Cuerpo de Cristo. Así,
en este sentido, la necesaria absolución por parte del sacerdote, el
Sacramento, no es una imposición que limita la bondad de Dios, sino al
contrario es una expresión de la bondad de Dios porque me demuestra que también
concretamente, en la comunión de la Iglesia, he recibido el perdón y puedo
recomenzar de nuevo.
Por lo tanto, yo diría que se han de tener
presente estas dos dimensiones: la vertical con Dios, y la horizontal, con la
comunidad de la Iglesia y de la humanidad. La absolución sacramental es
necesaria para absolverme realmente de este vínculo del mal y reintegrarme
completamente en la voluntad de Dios, en la perspectiva de Dios, en su Iglesia,
y darme la certeza, incluso casi corporal, sacramental: Dios me perdona y me
recibe en la comunidad de sus hijos.
Creo que
debemos aprender a entender el sacramento de la Penitencia en este sentido: una
posibilidad de encontrar, casi corporalmente, la bondad del Señor, la certeza
de la reconciliación.
BENEDICTO
XVI
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