martes, 13 de agosto de 2013

HONRA A TU HERMANO EN SU HUMANIDAD. Decía S. Benito de Nurcia.



Querido Juan:
        En verano, algunas fechas son dignas de señalarse: el 11 de julio, la Iglesia celebra la memoria de S. Benito. Hoy quiero presentarte a ese Padre que, a través de su Regla, me inspira en la vida cotidiana de mi comunidad. Si llegas a frecuentarle, verás que no habla solamente a los monjes o monjas, sino que la práctica de humanidad encerrada en su Regla puede estimularte en tu propia existencia.
De hecho, se sabe bien poco de su vida. Nacido en Nurcia hacia 480, lleva una vida eremítica y en Subiaco se forma una comunidad alrededor suyo. Luego, a los 50 años, funda en el Monte Casino un gran monasterio donde murió a mitad del siglo VI. Para sus monjes elaboró la Regla que permanece hoy día, la regla monástica fundamental y la más celebre del Occidente latino.
Esta Regla prevé una comunidad fuertemente estructurada;  sin embargo se distingue por sus rasgos de gran humanidad. Presta tu atención a esos dos elementos. Por ejemplo, Benito pide que se adapten parcialmente, con sabiduría y discernimiento según las capacidades y la personalidad de cada uno de los hermanos. Subraya también que la obediencia debida al superior debe igualmente ejercerse entre los monjes: es una forma de recalcar que cada uno tiene derecho al respeto por parte de los otros.
La Regla de S. Benito insiste además sobre la apertura del monasterio hacia fuera, en particular en el acogimiento hacia los huéspedes. Benito exige que se “les trate con mucha humanidad”, que se manifieste lo propio de la humanidad. Pues es practicando la hospitalidad y acogiendo a los que parecen diferentes que se profundiza más que nunca en la obra de humanización.
Pero esa humanización debe aplicarse también en el interior del monasterio. Así, cuando S. Benito busca ordenar las relaciones entre hermanos de perfiles diferentes (jóvenes, y mayores, intelectuales y  menos despiertos…) da directivas orientadas hacia una meta: “Que se haga lo que está escrito: se tratarán con honores unos a otros”. Hacia esa meta tiende Benito. Es el fundamento de la práctica de humanidad pedida a sus monjes en la Regla.
Honrarse mutuamente significa reconocer al otro, darle peso, verle con una mirada positiva. Cuando se produce esto, se puede edificar una verdadera vida común. No son los grandes ideales, las ideas excelentes o las predicaciones ampulosas que crean la comunión entre personas diferentes, sino más bien las actitudes cotidianas a través de las cuales las relaciones que tenemos con los otros permiten que se sientan conocidos, honrados por lo que son.
¿No se podría extender esta práctica establecida por S. Benito a nivel social y político? ¿Y si aprendiéramos a honrarnos  unos a otros, en nuestras ciudades, en nuestros países, la vida juntos no tendría más paz? Si los cristianos dieran ejemplo, ofrecerían una contribución valiosa para la construcción de una ciudad marcada por la justicia, la paz, la libertad y la calidad de vida en común.  



                                                                                                              Enzo BIANCHI

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