Querido Juan:
En verano, algunas fechas son dignas de
señalarse: el 11 de julio, la Iglesia celebra la memoria de S. Benito. Hoy
quiero presentarte a ese Padre que, a través de su Regla, me inspira en la vida
cotidiana de mi comunidad. Si llegas a frecuentarle, verás que no habla
solamente a los monjes o monjas, sino que la práctica de humanidad encerrada en
su Regla puede estimularte en tu propia existencia.
De hecho, se sabe bien poco de
su vida. Nacido en Nurcia hacia 480, lleva una vida eremítica y en Subiaco se
forma una comunidad alrededor suyo. Luego, a los 50 años, funda en el Monte
Casino un gran monasterio donde murió a mitad del siglo VI. Para sus monjes
elaboró la Regla que permanece hoy día, la regla monástica fundamental y la más
celebre del Occidente latino.
Esta Regla prevé una comunidad
fuertemente estructurada; sin embargo se
distingue por sus rasgos de gran humanidad. Presta tu atención a esos dos
elementos. Por ejemplo, Benito pide que se adapten parcialmente, con sabiduría
y discernimiento según las capacidades y la personalidad de cada uno de los
hermanos. Subraya también que la obediencia debida al superior debe igualmente
ejercerse entre los monjes: es una forma de recalcar que cada uno tiene derecho
al respeto por parte de los otros.
La Regla de S. Benito insiste
además sobre la apertura del monasterio hacia fuera, en particular en el
acogimiento hacia los huéspedes. Benito exige que se “les trate con mucha humanidad”,
que se manifieste lo propio de la humanidad. Pues es practicando la
hospitalidad y acogiendo a los que parecen diferentes que se profundiza más que
nunca en la obra de humanización.
Pero esa humanización debe
aplicarse también en el interior del monasterio. Así, cuando S. Benito busca ordenar
las relaciones entre hermanos de perfiles diferentes (jóvenes, y mayores,
intelectuales y menos despiertos…) da directivas
orientadas hacia una meta: “Que se haga lo que está escrito: se tratarán con
honores unos a otros”. Hacia esa meta tiende Benito. Es el fundamento de la práctica
de humanidad pedida a sus monjes en la Regla.
Honrarse mutuamente significa
reconocer al otro, darle peso, verle con una mirada positiva. Cuando se produce
esto, se puede edificar una verdadera vida común. No son los grandes ideales,
las ideas excelentes o las predicaciones ampulosas que crean la comunión entre
personas diferentes, sino más bien las actitudes cotidianas a través de las
cuales las relaciones que tenemos con los otros permiten que se sientan
conocidos, honrados por lo que son.
¿No se podría extender esta
práctica establecida por S. Benito a nivel social y político? ¿Y si
aprendiéramos a honrarnos unos a otros,
en nuestras ciudades, en nuestros países, la vida juntos no tendría más paz? Si
los cristianos dieran ejemplo, ofrecerían una contribución valiosa para la
construcción de una ciudad marcada por la justicia, la paz, la libertad y la
calidad de vida en común.
Enzo
BIANCHI
genial
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