sábado, 2 de abril de 2011

V La vuelta de Jacob.

V La vuelta de Jabob.
Génesis, 30-36.

Pero Jacob, al final deseó volver a su país. Su hacienda había prosperado, su familia también. Pero ¿Labán, su suegro, le permitiría irse? Nada seguro. Jacob le había dado numerosos nietos que serían otros tantos obreros agrícolas. Además parecía tener una habilidad especial con el ganado. Entonces empezó una lucha sorda entre los dos hombres, con sonrisas por supuesto. Si Jacob estaba decidido, Labán tendría que dejarle ir. Pero sin nada.  Feliz si pudiera llevarse a sus dos mujeres, sus dos sirvientes y la patulea de niños. Jacob no lo entendía así: se iría como lo había decidido, pero además de su familia se llevaría la parte del ganado que pensaba ser suya, y calculaba generosamente a su favor.
Pero ninguno de los dos hombres dijo al otro el fondo de sus pensamientos. Muy al contrario, fue un asalto de cortesías. El suegro se mostró generoso, el yerno desinteresado. Pero los dos sabían hacer cuentas. Jacob no pidió ningún salario menos los animales cuyo pelaje fuera rayado y manchado. Sabía como pueden nacer rebaños enteros así. (No nos olvidemos que en esa época, se creía a todo trance en las prácticas mágicas). El suegro, con elegancia, aceptó esta condición, pero prudentemente la noche siguiente se llevó a tres días de marcha, la totalidad de los animales rayados o manchados. Eso no sorprendió a Jacob – con razón habían vivido veinte años juntos-  pero sabía como replicar. Le bastaba preparar varitas de madera rayadas, y colocarlas en los abrevaderos. Inmediatamente las hembras tendrían retoños rayados o manchados. Pronto en el campo se reconocía el rebaño abigarrado de Jacob mientras el de Labán era mucho más discreto, contando incluso con los que se había reservado en secreto. En la casa el ambiente cambiaba. Los hijos de Laban veían disminuir su herencia. Jacob lo sentía. Había que irse.
 Entonces Dios volvió a aparecer. Le recordó a Jacob su promesa de la noche de Bethel:”Estoy contigo y te guardaré adonde vayas. La tierra donde estás acostado, te la daré a ti y a tu descendencia. Volveré a traerte a esa tierra y no te abandonaré hasta cumplir lo que te digo” (GN 28). Entonces aprovechó una ausencia de Laban para levantar el campo, él, sus mujeres, sus hijos, sus sirvientes y sus numerosos animales. Dejando Harran, se dio prisa en cruzar el Eufrates e ir hacia el Jordan. Pero… Raquel no había podido dejar atrás las estatuas de sus ídolos preferidos  y fue un pretexto maravilloso para que Laban los persiguiera. Las cosas se volvían dificiles, pero Dios los protegía.


                                                                                              Marie Noëlle THABUT

Traducido de “Panorama”. Enero 2010

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