Soy
un pequeño globo aerostático. Mi cuerpo está formado por anchas tiras de papel
de seda de vivos colores. Siempre envidié a los grandes globos Montgolfier...
pero mi destino fue ser un globo pequeño, menudo y alzar el vuelo aprovechando
el aire calentado por un puñado de algodón en rama empapado en alcohol y
ardiendo sobre el alambre enrejado que hay en mi base.
Aquella
mañana de domingo yo permanecía doblado en una caja junto a otros globos. De
pronto me vi ante un cura. No pude reprimir un gesto de decepción al imaginarme
entre los muros de una iglesia, sin posibilidad de alzar el vuelo libre. Pero
estaba equivocado.
Emprendimos
camino por las calles de la ciudad. Escuché gritos lejanos de muchachos que se
iban uniendo. Las empedradas calles de la urbe quedaron atrás. Ante nosotros
se abrió un sendero que ascendía hacia una alta colina. Arreciaron los cantos acompañados
por un tambor, una trompeta y una guitarra.
Una
hora después, nos detuvimos. El cura depositó sobre un ribazo la caja con los
globos plegados. Desde la caja divisé el esbelto santuario de Superga y una
gran explanada. ¡ Cuál no sería mi sorpresa al ver al joven sacerdote
sumergido en un torbellino de juegos: bochas, zancos, tejo, soga-tira,
carreras, aros...! Me pareció estar en el paraíso.
Al
toque de trompeta cesaron los juegos. Se hizo un breve silencio; el tiempo que
empleó el sacerdote en anunciar la comida: sopa, cocido de garbanzos con
carne, pan, vino y fruta... Un torrente de vítores brotó de aquellas gargantas
jóvenes que veían la oportunidad de saciar el hambre atrasada.
De
pronto intuí que algo no iba bien. El joven sacerdote hablaba en voz baja con
otro cura. Sus voces contrastaban con la algarabía y el ruido de los cubiertos
que llegaba desde las mesas: "Nos han obligado a rescindir el contrato de
la casa Moretta. Los hermanos Filippi no quieren alquilarnos nuevamente su prado...
¡No tenemos dónde reunir a nuestros chicos!".
Tras
la comida entraron en el Santuario. Rezaron y cantaron a la Virgen...
Regresaron a los juegos.
Por
fin llegó mi turno. Yo era parte del fin de fiesta. Desplegaron mi cuerpo.
Prepararon un puñado de algodón en el centro del alambre. Le prendieron fuego.
El aire caliente llenó mi cuerpo.
Mientras
me elevaba, noté que el joven sacerdote me miraba... Percibí en sus ojos la
preocupación por no saber dónde iría con sus muchachos al domingo siguiente.
Aunque
los globos no sabemos rezar, cargué su súplica sobre mi cuerpo y ascendí. Me
elevé más allá de lo aconsejable llevando su plegaria sobre mí. Superé el
límite de lo razonable y mi cuerpo de papel de seda se deshizo para siempre.
Pero valió la pena.
¿Quién
sabe si mi oración sirvió para que aquel cura encontrara una casa para sus
muchachos?
José J. Gómez Palacios
Nota: Marzo 1846. Don Bosco no tiene
dónde reunir a sus muchachos. Deambulará por diversos santuarios. Unos
sacerdotes invitan a comer a los chicos de Don Bosco en el Santuario de
Superga. Terminan la fiesta elevando globos aerostáticos. (Memorias del
Oratorio. Década Segunda, n°20).
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