lunes, 3 de febrero de 2014

El globo aerostático


Soy un pequeño globo aerostático. Mi cuerpo está formado por anchas tiras de papel de seda de vi­vos colores. Siempre envidié a los grandes glo­bos Montgolfier... pero mi destino fue ser un globo pe­queño, menudo y alzar el vuelo aprovechando el aire calentado por un puñado de algodón en rama empapa­do en alcohol y ardiendo sobre el alambre enrejado que hay en mi base.

Aquella mañana de domingo yo permanecía doblado en una caja junto a otros globos. De pronto me vi ante un cura. No pude reprimir un gesto de decepción al imaginarme entre los muros de una iglesia, sin posibi­lidad de alzar el vuelo libre. Pero estaba equivocado.

Emprendimos camino por las calles de la ciudad. Es­cuché gritos lejanos de muchachos que se iban unien­do. Las empedradas calles de la urbe quedaron atrás. Ante nosotros se abrió un sendero que ascendía hacia una alta colina. Arreciaron los cantos acompañados por un tambor, una trompeta y una guitarra.

Una hora después, nos detuvimos. El cura depositó sobre un ribazo la caja con los globos plegados. Desde la caja divisé el esbelto santuario de Superga y una gran explanada. ¡ Cuál no sería mi sorpresa al ver al joven sa­cerdote sumergido en un torbellino de juegos: bochas, zancos, tejo, soga-tira, carreras, aros...! Me pareció es­tar en el paraíso.
Al toque de trompeta cesaron los juegos. Se hizo un breve silencio; el tiempo que empleó el sacerdote en anunciar la comida: sopa, cocido de gar­banzos con carne, pan, vino y fruta... Un torrente de víto­res brotó de aquellas gargantas jóvenes que veían la oportunidad de saciar el ham­bre atrasada.

De pronto intuí que algo no iba bien. El jo­ven sacerdote hablaba en voz baja con otro cura. Sus vo­ces contrastaban con la algarabía y el ruido de los cu­biertos que llegaba desde las mesas: "Nos han obligado a rescindir el contrato de la casa Moretta. Los herma­nos Filippi no quieren alquilarnos nuevamente su pra­do... ¡No tenemos dónde reunir a nuestros chicos!".

Tras la comida entraron en el Santuario. Rezaron y cantaron a la Virgen... Regresaron a los juegos.

Por fin llegó mi turno. Yo era parte del fin de fiesta. Desplegaron mi cuerpo. Prepararon un puñado de al­godón en el centro del alambre. Le prendieron fuego. El aire caliente llenó mi cuerpo.

Mientras me elevaba, noté que el joven sacerdote me miraba... Percibí en sus ojos la preocupación por no saber dónde iría con sus muchachos al domingo si­guiente.

Aunque los globos no sabemos rezar, cargué su sú­plica sobre mi cuerpo y ascendí. Me elevé más allá de lo aconsejable llevando su plegaria sobre mí. Superé el límite de lo razonable y mi cuerpo de papel de seda se deshizo para siempre. Pero valió la pena.

¿Quién sabe si mi oración sirvió para que aquel cura encontrara una casa para sus muchachos?

José J. Gómez Palacios


Nota: Marzo 1846. Don Bosco no tiene dónde reunir a sus muchachos. Deambulará por diversos santua­rios. Unos sacerdotes invitan a comer a los chicos de Don Bosco en el Santuario de Superga. Terminan la fiesta elevando globos aerostáticos. (Memorias del Oratorio. Década Segunda, n°20).


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