Juan después de cuatro años en el paro estaba contento: por
fin había encontrado un trabajo. Y pensó celebrarlo de una manera muy especial.
Entregaría su primera paga a unas monjas cistercienses que sabia que lo estaban
pasando mal. Así que unos días poco después de cobrar su primera nomina se
presento en el convento y le entrego en dinero. No quiero decir lo contentas
que se pusieron al conocer la razón por el que le había el donativo
Meses mas tarde Juan recibió una carta diciendo que la Madre
Superiora le iba a imponer la medalla de caballero del cister el día de San
Benito; en un primer momento no sabia el porque, pero recordó aquel donativo
que hizo: no quería la medalla pues pensó que no se merecía tal medalla, quería
pasar por anónimo.
Pasaron los días y Juan se reafirmaba en su decisión “que no
sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda, así tu Padre te recompensará en
el cielo”.
Unos días antes de la Misa tenía que dar la contestación. Lo
consulto con su padre que conocía a las monjas que le dijo que debía aceptar
aquella medalla porque lo daban con cariño, y no por “parecer” que si se
negaba, les haría un feo. Así que acepto.
En la ceremonia le impusieron la medalla fue a recogerla
entre aplausos ofreciéndolo con humildad y sencillez.
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