lunes, 7 de octubre de 2013

Clausura

La hermana puso la llave del locutorio en el torno y lo hizo girar. La madre recogió la llave y pasó con su pequeña al locutorio. Cuando la niña vio a las monjas tras las rejas, sorprendida, exclamó:
-          «Mamá, ¿qué han hecho para estar en la cárcel?»
Sor Clara contempló a la pequeña y dijo:
-          «Mónica, voy a intentar explicarte por qué estamos aquí. ¿Tú diste algo tuyo a una compa­ñera?»
-          «Sí», respondió la niña.
-          «¿Y, alguna vez, no te sucedió que después te entraron ganas de quitárselo?» La cría abrió los ojos y asintió.
-          «Nosotras, un día le dimos nues­tras vidas al Señor, y le dijimos que queríamos encerrarnos para estar rezando siempre por los niños, por los jóvenes y por todos. Pero para que no se nos olvidase esta promesa, se nos ocurrió poner las rejas. Y desde entonces estas rejas nos recuerdan que tenemos que amar al Señor y re­zar por todas las personas».
-          «¿Y ya no se pueden abrir?», preguntó la cría.
-          «Sí, se pueden abrir. Mira, las voy a abrir para darte un beso».
Sor Clara sacó una llave y abrió las rejas, se acercó a Mónica y la abrazó.
Al concluir la visita, la religiosa cerró las re­jas. Y cuando madre e hija se dirigían hacia la puerta, la niña se volvió aprisa, se acercó a las rejas, las besó y sonrió a las monjas.
«La verdad es el alma del misterio», dijo Sor Clara mientras la pequeña se alejaba.


P. Lorenzo de Orellana

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