La
hermana puso la llave del locutorio en el torno y lo hizo girar. La madre
recogió la llave y pasó con su pequeña al locutorio. Cuando la niña vio a las
monjas tras las rejas, sorprendida, exclamó:
-
«Mamá,
¿qué han hecho para estar en la cárcel?»
Sor
Clara contempló a la pequeña y dijo:
-
«Mónica,
voy a intentar explicarte por qué estamos aquí. ¿Tú diste algo tuyo a una compañera?»
-
«Sí»,
respondió la niña.
-
«¿Y,
alguna vez, no te sucedió que después te entraron ganas de quitárselo?» La cría
abrió los ojos y asintió.
-
«Nosotras,
un día le dimos nuestras vidas al Señor, y le dijimos que queríamos
encerrarnos para estar rezando siempre por los niños, por los jóvenes y por
todos. Pero para que no se nos olvidase esta promesa, se nos ocurrió poner las
rejas. Y desde entonces estas rejas nos recuerdan que tenemos que amar al Señor
y rezar por todas las personas».
-
«¿Y
ya no se pueden abrir?», preguntó la cría.
-
«Sí,
se pueden abrir. Mira, las voy a abrir para darte un beso».
Sor
Clara sacó una llave y abrió las rejas, se acercó a Mónica y la abrazó.
Al
concluir la visita, la religiosa cerró las rejas. Y cuando madre e hija se
dirigían hacia la puerta, la niña se volvió aprisa, se acercó a las rejas, las
besó y sonrió a las monjas.
«La verdad es el alma del misterio», dijo Sor Clara
mientras la pequeña se alejaba.
P. Lorenzo de Orellana
Me ha emocionado.
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