Como Señor del cosmos y de la
historia, Cabeza de su Iglesia, Cristo glorificado permanece misteriosamente en
la tierra, donde su Reino está ya presente, como germen y comienzo, en la
Iglesia. Un día volverá en gloria, pero no sabemos el momento. Por esto,
vivimos vigilantes, pidiendo: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20).
(Compendio 133)
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