El título mariano de
Nuestra Señora de la Alegría es un adelanto de ese mes de mayo, consagrado
tradicionalmente a María. "Rosa de abril", brotada en la liturgia
pascual, es un anuncio de la floración que inunda el siguiente mes en toda la
geografía no sólo española, sino también supranacional. Pero no adelantemos
acontecimientos, y pensemos por ahora en la Virgen histórica, en este ambiente
de la semana pascual. Porque María nos enseña la difícil lección de
congratularnos por el triunfo de Cristo sobre la muerte, tras la compasión por
sus dolores y su agonía en la cruz. Al hombre de corazón humano, no endurecido
ni desnaturalizado, le resulta relativamente fácil compadecerse del prójimo que
sufre, aunque no lo conozca personalmente.
Hay una sintonía espontánea
con el que padece cualquier mal,cuando nos sentimos afectados de compasión
hasta con los animales. Pero eso de alegrarse sinceramente por la alegría del
otro, es algo menos frecuente en el hombre. Hace falta un corazón muy sensible
o una relación muy estrecha con esa persona que goza, para sentir su felicidad
como propia. Una buena madre, una esposa ejemplar, un hermano noble, un hijo bueno,
un amigo íntimo ¿y alguien más?, disfrutarán del gozo ajeno como propio. María,
sí, se alegró del triunfo pascual de su Hijo con una intensidad mayor que si
fuera suyo. Por eso es bueno pedirle alegría sincera por la resurrección de
Cristo nuestro Hermano.
■ Rafael de Andrés
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