El sacerdote
estaba triste, y Juan Pablo II se percato de ello. El sacerdote le
explicó que, de camino a la Misa con el Papa, se había encontrado con un viejo
amigo que se había ordenado con él y que ahora mendigaba en los muros del
Vaticano. El Papa pidió al sacerdote que se trajera a su amigo a cenar. Después
de la cena, el Papa quiso confesarse con él, pero el sacerdote mendigo se
asustó: “Es que estoy suspendido”. La respuesta: “Una vez sacerdote, siempre
sacerdote”. A continuación, se confesó el Santo Padre, y también el “hijo
pródigo”.
Las cosas de los Santos,...gracias por compartirlo
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