Cuenta la leyenda que cuando la Sagrada Familia iba huyendo del
rey Herodes a Egipto, una noche llegaron a una casa en pleno desierto; iban
cansados e hambrientos. Le pidieron cobijo y un poco de comida caliente a
cambio de dátiles recogidos por el camino. María observo que Jesús estaba lleno de polvo del camino, le pregunto a la
mujer de la casa:
-
¿Tendría un barreño de agua para bañar a mi
hijo?
-
El único barreño esta sucio de haber bañado al
mío.
-
No importa, por lo menos se refrescará
Lo baño, lo seco y con todo el amor de una madre, lo puso en pajas
al lado del fuego y se durmió; José quiso darle leña que llevaba en previsión
de que tuvieran que dormir a la intemperie para hacer fuego. Pero no las quisieron:
- El agua ya estaba sucia, quédesela
por si le hiciera falta
- Dios se lo premiara –dijo María-.
Al día siguiente muy temprano recogieron sus cosas, se
despidieron y se pusieron en camino. De esta familia no supieron nada de ellos.
Se dice que los padres del niño murieron al poco dejándolo huérfano. Creció al
lado de malhechores que le enseñaron a robar y matar, una mala vida pero cuentan que tenia un buen corazón, nunca hizo mal a huérfanos,
viudas y desvalidos.
Pasaron muchos años: sus crímenes se contaban por cientos,
era temido en caminos por su ansia de robar. Hasta que un día lo cogieron, lo
ajusticiaron y condenaron a él y su compañero a crucificarlos. Llegado el día les
colgaron y en medio de ellos crucificaron a un tal Jesús: en seguida lo
reconoció.
Un día, en un descampado, había ido para ver lo que robaba
pues allí fueron miles de personas, un sitio idóneo para hacer fechorías: no
robo; escucho lo que decía aquel hombre, comió de un cesto que parecía no
terminarse pan y peces; y desde entonces le rondaba por su cabeza aquella
predicación, pero debido al mal ambiente que frecuentaba no tuvo el valor de
seguirlo
Cuando
los colgaron de las cruces, su compañero, al que tantas veces le había contado
lo sucedido en aquel descampado, lo insultaba diciendo: « ¿No eres tú el
Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el buen ladrón le decía: « ¿No tienes
temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos
justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo».Y
decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». El le
respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Y así se cumplió lo que María le había dicho muchos años atrás: Dios le
premiaría.
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