Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena
y la otra María fueron a visitar el sepulcro. De pronto, se produjo un gran
temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del
sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus
vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de
espanto y quedaron como muertos. El Ángel dijo a las mujeres: «No teman, yo sé
que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado
como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, y vayan en seguida a
decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que
ustedes a Galilea: allí lo verán». Esto es lo que tenía que decirles». Las
mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del
sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las
saludó, diciendo: «Alégrense». Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se
postraron delante de él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que
vayan a Galilea, y allí me verán». (Mt
28.1-10)
¡ALELUYA, ALELUYA, EL SEÑOR HA RESUCITADO!
Hoy la Iglesia está de fiesta, la gran fiesta:
la Resurrección.
Muchos se preguntaran ¿Qué foto es esa? Otros se
dirán “¡se ha vuelto loco! Poner el Santo Sepulcro hoy, precisamente hoy.”. Nada de eso; los que
hemos tenido la dicha de entrar, nos hemos llevado la sorpresa de que está totalmente vacío: no hay sepulcro, ni tumba: no hay nada, ¡ha resucitado!. En mi modesta
opinión en vez de llamarse Santo Sepulcro, debería llamarse Iglesia de la
Resurrección; no es lugar de tristeza sino de alegría, la mayor alegría del
mundo: de allí partió para abrirnos el Cielo ¿hay mayor dicha?
¡ALELUYA, ALELUYA, EL SEÑOR HA RESUCITADO!