martes, 29 de mayo de 2012

El poder del miedo


La Peste se dirigía a Damasco y pasó velozmente junto a
la tienda del jefe de una caravana en el desierto.

-“¿Adónde vas con tanta prisa?” Le pregunto el jefe.

-“A Damasco. Pienso cobrarme un millar de vidas.”

De regreso de Damasco,
la Peste pasó de nuevo junto a la caravana.
Entonces le dijo el jefe:
-“¡Ya sé que te has cobrado 50.000 vidas,
no el millar que habías dicho!.”

-“No,” le respondió la Peste.
-“Yo sólo me he cobrado mil vidas.
El resto se las ha llevado el Miedo.”

Tony de Merllo

miércoles, 16 de mayo de 2012

El tren de la vida


            Nos hallamos en el tren, su destino es llegar al Banquete que nos darán al final del largo recorrido. El revisor nos acomoda a cada uno en el sitio que nos corresponde, y nos dice: ” Procurad no descuidar vuestro equipaje, pues en el Banquete os será necesario”.

            Empieza a andar la maquina: vemos a la gente despedirse de los suyos, después nos hacemos con el traqueteo del vagón; vemos a las primeras personas protestar del frío, calor, cansancio, aburrimiento...

Nuestro vecino de la derecha nos dice que quiere llegar a tiempo, pero se va a bajar para ver a un pariente, pero cogerá el tren siguiente; nosotros le aconsejamos que se baje a la vuelta, pero no nos hace caso y se baja. Llamamos al revisor para interesarnos por la suerte de los vecinos, nos dijo que el próximo tren pasaría dentro de tres días, y que no llegaría a tiempo, además nos vuelve a repetir que tengamos mucho cuidado con nuestro valioso equipaje.

            Nuestros vecinos de la izquierda no parecen muy comunicativos, van mirando como pasa el paisaje a través de los cristales sucios y distorcionantes del compartimento. De pronto, oímos decir al padre: “Me atraen esto lugares, vamos a bajarnos en la próxima estación” lo que no podían suponer que detrás de esos cristales había nada mas que desolación. ¡Lastima, no ha tenido paciencia!.

             Tenemos nuevos vecinos, están muy alegres pues tienen ganas de llegar hasta el final, viene de un pueblo desértico, con mucho polvo; están gozando al pensar que el banquete estaría lleno de jardines y fuentes.

            El tren avanza despacio, se para a cada instante, traquetea mucho y no se puede dormir; se juega a las cartas, al parchís. Ya los vecinos se han tranquilizado, están hartos de estar sentados, con un calor asfixiante. Pero llegamos a un sitio donde había muchos arboles, una gran plaza con unos caños de agua transparentes y un fresco agradable; Creyeron que era allí, y se bajaron. Se dejaron engañar por la apariencia, y olvidaron lo fundamental: el Banquete.

            .... El tren poco a poco iba recorriendo el camino de la vida. Unos se subían; otros, hartos, sin ganas, se bajaban.

            Hasta que llegó el fin del viaje y nos bajamos del tren, por los altavoces nos llamaban por nuestros nombres, uno a uno. El revisor ya nos conocía, nuestra historia, mis méritos y nuestro vicio. Nos dimos cuenta que la mayoría ya no estaba. Cuando dijeron mi nombre me presente ante el Dueño de la Casa; y le di mi equipaje, lo examino y vio que faltaba una cosa: Lectura, había pasado todo el tiempo preocupado por los demás, pero me abandoné a mí mismo. Me dio la Biblia para que meditase sobre mi vida en el tren, me  senté en una gran sala donde había mucha gente que estaban recuperando el tiempo perdido, unos estaban cosiendo un roto en su traje, otros limpiando los zapatos, otros preocupándose por los demás. Y solo después pude entrar en el Banquete, en donde no falta nada.

M.    Vázquez.

jueves, 10 de mayo de 2012

Asamblea en la carpinteria




Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas que se convocaron para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba el tiempo golpeando.


El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo, dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.


Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.


Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro, que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.


En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un fino mueble.


Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho: "Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos".


La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad. Orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.



Ocurre lo mismo con los seres humanos. Observe y lo comprobará.




Cuando en una empresa el personal busca a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, es cuando florecen los mejores logros humanos.
Es fácil encontrar defectos, cualquier tonto puede hacerlo. Pero encontrar cualidades, eso es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar todos los éxitos humanos.



Anonimo