jueves, 12 de mayo de 2011

IX. José, el hombre de los sueños (2).

IX. José, el hombre de los sueños (2).
Genesis, Cáp. 39-41

Ya lo sabemos, la justicia no es de este mundo: por eso, José se encontraba en prisión, porque la mujer de su amo le acusaba de procurar seducirla. Al contrario, con valor él había resistido a sus tejemanejes. Menos mal que ahí como en cualquier sitio, la Providencia vigilaba y José lo sabía: seguía teniendo una confianza total en su Dios.
Ocurrió que, a su vez, metieron en prisión a dos altos funcionarios del Faraón, el gran escanciador y el gran panadero. ¿Justamente o no? No lo sabremos. De todas formas su angustia era tal que tenían pesadillas de noche.  Una mañana, las contaron a José que aceptó ver si podía interpretarlas, precisándoles que lo hacía contando con la inspiración de Dios.
La primera pesadilla fue la del gran escanciador: se veía frente a una cepa con tres sarmientos llenos de racimos bien maduros. Les sacaba el jugo y lo presentaba al Faraón  que lo aceptaba. Sin dudar un momento, José le predijo que volvería en gracia a los ojos del Faraón. Luego fue la vez del gran panadero cuyo sueño era lo opuesto: se había visto con tres cestos llenos de dulces en la cabeza, esos dulces que gustaban tanto al Faraón. Pero, de momento, se los comían los pájaros. Difícil encontrar una explicación a este sueño, y peor decírselo: las tres cestas significaban los tres días que le quedaban al panadero, y después serían los pájaros los que se comerían su cabeza.  Tres días después, el Faraón dio un gran banquete por su aniversario. Dio la amnistía al escanciador, y colgó el panadero. Todo ocurrió como lo había predicho José, pero nadie se acordó de él y volvió al olvido.
Hasta el día en que el Faraón mismo empezó a soñar: cosas raras, premonitorias sin dudas, pero que ni él, ni nadie alrededor suyo podían descifrar. El primero  eran siete vacas gordas  al borde del Nilo y comían tranquilamente, pero enseguida las seguían siete vacas flacas, esqueléticas, que se las comieron. El Faraón despertó sin entender nada, pero volvió a dormirse. Tuvo otro sueño incomprensible: siete espigas bien llenas salían en un solo tallo, pero enseguida llegaban siete espigas delgaduchas, quemadas por el viento que se las comieron. Esta vez, despertó el Faraón de verdad. Preguntó a toda su Corte, en vano; hasta que el gran escanciador se acordó del servicio dado, hacía tiempo,  por un joven esclavo hebreo que se llamaba José. Este, seguro que sabría interpretar los sueños del Faraón.
Sacaron a José de su prisión, lo afeitaron y vistieron, y lo llevaron al rey.  Ya sabemos lo que pasó. Lo que el gran rey de Egipto, con todos sus asesores no podía entender, el modesto esclavo hebreo lo descifró sin dificultad, solamente porque Dios no abandona nunca los humildes, los que tienen su confianza en Él. A los ojos de José, todo estaba claro: las siete vacas gordas, las espigas hinchadas representaban siete años de abundancia, las vacas flacas, las espigas vacías eran también siete años, pero de hambre. El mensaje estaba claro: el Dios de los Hebreos indicaba al Faraón lo que tenía que hacer para salvar a los Egipcios del hambre. Tenía que aprovechar los siete años de abundancia, para almacenar reservas y poder nutrir a la población durante los siete años de hambruna. Pero ¿Quién sabría aprovechar esa sabiduría?

                                                                       Marie Noëlle THABUT
Traducido de “Panorama”, mayo 2010. 

lunes, 9 de mayo de 2011

VIII José, el hombre de los sueños

VIII  José, el hombre de los sueños.
Génesis cap. 39-40

Jacob estaba de luto. De su hijo querido no quedaba más que una túnica ensangrentada. Lo único que podía pensar es que una fiera lo había devorado. En realidad, todos sabemos lo que él ignoraba; José era víctima de los celos de sus hermanos. Rubén y Judá habían procurado evitar lo peor vendiendo al hermano a unos comerciantes de camino hacia Egipto con sus productos de Oriente cargados en los camellos. ¿Dónde estaban los sueños de grandeza del hijo de Jacob?
Llegados a Egipto, vendieron por segunda vez a José  y éste fue nombrado mayordomo al servicio de Putifar, gran personaje de la corte del Faraón. No estaba mal. En su nuevo oficio, el chico se desenvolvió tan bien que al poco, su amo le confió la gestión de todos sus bienes. Entre las manos del joven hebreo, los negocios prosperaban; un aire nuevo soplaba sobre la casa, el ganado, los campos. Un éxito tan rápido, una tal eficacidad sorprendía todo el mundo. ¿Tenía José un secreto?
Putifar acabó comprendiéndolo; es el Dios de los Hebreos que acompaña a José con su bendición. Como dicen los hebreos, el Señor está con él. Pero todo se estropea cuando la mujer de Putifar se prendó del nuevo servidor. Rápido, despliega todos sus encantos para seducirle. Lo que la mujer quiere, Dios lo quiere, piensa ella. Pero era sin valorar la virtud de José. Ese resiste a las insinuaciones del ama de casa: era el hombre de confianza de Putifar y no quería traicionarle. Eso hubiera sido pecar, y contra su amo, y contra Dios.
Sin embargo la seductora no soltaba su deseo que se volvía obsesión. Creyó alcanzarlo un día que se encontró sola con José y aprovechando la ocasión le asió. Esta vez no podría escapar. Pero a la vez que hermoso y seductor, el joven era fuerte, física y moralmente y escapó de la tentación. Humillada, ella se vengó contando las cosas a su manera, es decir a la inversa de la verdad. “José había querido seducirla, pero, como esposa virtuosa había resistido y él había tenido que huir”.
Se imagina la decepción y la ira de Putifar por la traición de su hombre de confianza. Lo mandó a la prisión.
Menos mal, allí como por todas partes, el Señor estaba con José. El comandante del fortín se dio cuenta rápidamente de las cualidades de organizador del nuevo recluso y, como Putifar antes, dejó entre las manos de José la responsabilidad de los lugares, hombres y bienes. Cuando llegaron dos detenidos de alto rango: el gran copero y el gran panadero del faraón, pusieron el joven Hebreo a su servicio.
Una noche, esos grandes personajes tuvieron sueños tan incompresibles el uno como el otro. A la mañana, José los encontró tristes y cabizbajos. Eran sueños premonitorios y se preguntaban cuáles eran las intenciones del Faraón con respeto a ellos... además se acercaba el cumpleaños del rey y, según la costumbre, se daba un gran festín en palacio. ¿Los iban a invitar? ¿A darles la amnistía? ¿A rehabilitarles? Su impaciencia llena de angustia llegaba a su colmo.
Como no dudaba de la presencia de Dios a su lado, José se atrevió a proponerles para interpretar sus sueños…



                                                                                              Marie Noëlle THABUT

Traducido de “Panorama”, abril 2010