lunes, 7 de marzo de 2011

I. Jacob, el amigo de Dios.

AL PRINCIPIO.
                                                                                              Génesis, 1-11

“Al principio”. Tal es, en hebreo, el título del primer libro de la Biblia y son sus dos primeras palabras. El autor habla en pasado: no pretende haber asistido a ese primerísimo instante de la historia. Narra solamente lo que ocurrió en un momento en que nadie puede pretender haber sido testigo. Con decisión, cuenta: “Al principio, Dios creó el cielo y la tierra”. ¡Información capital! El escritor es creyente, se compromete de entrada en una de las mayores preguntas que dividen a las personas: ¿Existe Dios? Sí, nos dice el autor, Dios existe y es creador. Y además creador a partir de la nada. Hasta ahora no existía nada, y de aquí adelante, cielo y tierra son.
Así, los once primeros libros de la Biblia van a descubrir algunas informaciones importantes que serán como la base del conjunto de los libros que la componen.
La primera información dice que Dios es el Creador de todo; la segunda nos dice su motivación. No hay más que una: la felicidad de la humanidad. “Dios vio que era bueno”, es el estribillo que se repite en la primera narración de la Creación. Y esa felicidad pasa por una responsabilidad y una libertad. Frente a la creación, la pareja humana es como un jardinero encargado de la harmonía y del crecimiento del conjunto. Pero el jardinero no es ni el creador, ni el propietario del jardín: es un administrador. Eso supone una relación de confianza entre él y el Creador. Luego viene la tercera información dada: si el veneno de la sospecha viene a envenenar la relación, si el hombre desconfía de su creador, todo se estropea. El jardinero ya no obedece a las directivas de su amo, forja su propia desgracia y el jardín mismo padece.
Todo eso se cuenta como una fábula: una pareja en un jardín  fabuloso, cantidad de árboles  “hermosos y buenos”, la posibilidad de utilizarlos como quieran. Un solo árbol está prohibido, sus frutos están envenenados, ha dicho Dios. Pero, una serpiente viene a destilar su veneno: que no, los frutos esos no son venenosos, al contrario, encierran los secretos de la creación. Por eso Dios se los guarda. El mentiroso habla bien, la mujer lo escucha y el hombre escucha la mujer. “Mentir, mentir, algo queda”. la mentira –aquí la sospecha sobre las intenciones del Creador- suena a través de todo la historia humana.
Las cosas se complican más todavía cuando la sospecha llega sobre las diferencias de trato supuestas entre criaturas: ¿mira Dios a mi hermano más benévolamente que a mí? Es el drama de Caín y Abel; ese provoca sin quererlo el celo de su hermano. Lo paga con su vida. Dios, sin embargo, lo había avisado: la violencia es como un animal agazapado en tu puerta. Domínala. Una lección más, válida para todas las edades. La violencia no es más que una recaída en la animalidad; la Biblia tiene el mérito de llamar las cosas por su nombre y describir la espiral de venganza que contamina toda la historia de la humanidad.
Pero Dios mantiene su hermoso proyecto  y cuando, en tiempos de Noe, la humanidad entera está sumida en la maldad y la infelicidad, encuentra el medio de volver a poner en marcha la historia con un hombre justo y su familia. Más tarde Dios interviene otra vez para evitar a la raza humana deslizarse por una cuesta peligrosa: la del pensamiento único. En Babel, creían haberlo previsto todo: unamos nuestras fuerzas y si todo el mundo hace lo mismo en el mismo sitio, nada nos parará. Pero cantar al unisono no vale la polifonía.


                                                                       Marie Noëlle THABUT
                                                                                  Biblista.
Traducido de “Panorama”, setiembre 2009

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